Una noche, mi vecino Sam regresó a casa sin su coche. «Me lo robaron —le dijo a su esposa, y agregó—, me voy a dormir. Lo resolveré mañana». Su esposa estaba atónita. No podía entender cómo podía estar tan tranquilo, pero él explicó: «¿Qué más puedo hacer? Entrar en pánico no cambiará nada».
Mi vecino, siempre sensato, entendía que preocuparse no tenía sentido. Confiaba en que las autoridades encontrarían su coche, lo cual sucedió.
¿Se habrá sentido así el apóstol Pedro cuando lo arrojaron en la cárcel (Hechos 12:4)? Era probable que lo ejecutaran, pero el habitualmente impulsivo discípulo «dormía entre dos soldados» (v. 6 NVI). El ángel tuvo que darle «unas palmadas en el costado» para despertarlo (v. 7), lo que sugiere que estaba completamente tranquilo y en paz. ¿Era porque sabía que su vida estaba en manos de Dios? Los versículos 9 y 11 indican que no le importaba si lo rescataban o no. Quizá recordaba la seguridad de salvación que Jesús le había dado (Mateo 19:28), además de su llamado a seguirlo y no preocuparse por lo que le sucediera (Juan 21:22).
Independientemente de lo que enfrentemos hoy, podemos confiar en que Dios tiene nuestro futuro en sus poderosas manos, aquí y en el cielo. Así, quizá podamos dormir en paz.



