Cuando dirigí un ministerio para mamás de niños en edad preescolar, buscamos una imagen que describiera las exigencias interminables que enfrentan las madres: cambiar pañales, limpiar narices, recoger juguetes. Resultó ser que la imagen estaba justo frente a nosotros: una caja de jugo vacía y aplastada. Así pueden sentirse las madres. Ese ministerio las ayudó guiándolas hacia la Fuente de agua viva que llena por completo: Jesús.
En Juan 7, Jesús fue a la fiesta de los tabernáculos (v. 10) que conmemoraba la provisión de Dios a los israelitas en el desierto. Esta fiesta incluía derramar agua como símbolo de la productividad que genera y tipificando la lluvia espiritual que traería el Mesías. Jesús cumple lo que aquella fiesta anticipaba: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (vv. 37-38).
A veces, podemos sentirnos como recipientes vacíos. Agotados por cuidar a otros. Desgastados por el trabajo. Exhaustos por las responsabilidades diarias. ¡Las exigencias interminables nos dejan secos! Pero cuando vivimos en relación con Dios, Él proporciona manantiales de agua viva en nuestros corazones para refrescarnos y revitalizarnos, sin importar cuántas preocupaciones intenten marchitarnos.



