Salmo 150

Dios nos ha hecho un pueblo especial para que podamos cumplir un propósito especial. Isaías 43.21 (NBLA) dice: “El pueblo que yo he formado para mí proclamará mi alabanza”. Una parte integral de adorar al Señor es proclamar su grandeza.

Alabar a nuestro Padre celestial es admirarlo por quién es y por lo que ha hecho. Cuando amamos a otra persona, es natural hablar bien de ella. De la misma manera, quienes aman a Cristo encuentran que les resulta fácil elogiarlo.

Alabar al Señor es bueno para nosotros. Es fácil enfocarnos en satisfacer nuestras necesidades. Y, tristemente, esta actitud ha infiltrado algunas iglesias. Pero Dios no quiere que vayamos a la iglesia preocupados solo por nosotros. La alabanza eleva nuestra mirada hacia el Señor y llena nuestro corazón de satisfacción.

La alabanza y la adoración suelen asociarse con los servicios de la iglesia, pero deberían caracterizarnos dondequiera que estemos. Algunas de las experiencias más íntimas y preciosas de adoración pueden ocurrir cuando estamos a solas con el Padre.

Recuerde cómo Dios le ha cuidado, y busque evidencias diarias en su vida. Luego, dígale al Señor que quiere aprender a alabarlo con todo su corazón.

BIBLIA EN UN AÑO: 2 REYES 21-23