Un hombre mayor que corría por una calle de Nueva York se detuvo de repente al notar un par de zapatillas gastadas junto al cartel de un hombre sin hogar que pedía ayuda. Al enterarse de que ambos tenían una talla similar, el corredor le dio sus zapatillas (¡y los calcetines!), y luego siguió descalzo hasta su casa. Pero antes de irse, le explicó: «He sido bendecido toda mi vida. Dios ha sido muy bueno conmigo, así que siento que también debo bendecirte a ti».
Así como ese hombre mostró bondad a otro porque Dios había sido bueno con él, los creyentes en Jesús somos llamados a vestirnos de benignidad (Colosenses 3:12). En realidad, todo lo que hacemos o decimos debemos hacerlo «como representantes del Señor Jesús» (v. 17 NTV). Además de la benignidad, debemos ser ejemplos «de misericordia, […] de humildad, de mansedumbre, de paciencia» (v. 12). El fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) se desarrolla en nosotros porque Él mora en nuestro interior, y se manifiesta mediante el amor de Dios que transmitimos a otros al unir todas estas virtudes en un «vínculo perfecto» (Colosenses 3:14).
Como el corredor, estemos alerta a las oportunidades de ser benignos mediante una palabra alentadora, un acto amable, o incluso regalando nuestros zapatos. Al hacerlo, mostramos a Jesús (v. 17).



