Hace unos años, nuestra iglesia acogió a refugiados que huían de su país debido a un cambio en el liderazgo político. Familias enteras llegaron con solo lo que podían llevar en una pequeña bolsa. Varias familias de nuestra iglesia abrieron sus hogares, algunas con muy poco espacio disponible.

Tal hospitalidad evoca el mandato de Dios a los israelitas antes de habitar en la tierra prometida. Al ser una sociedad agricultora, entendía la importancia de la siega anual. Dios les dijo que, cuando cosecharan, dejaran lo que había quedado atrás: «no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda» (Deuteronomio 24:19). Debían practicar la generosidad, aun sin saber si tenían suficiente, confiando en la provisión de Dios, quien los bendeciría «en toda obra de [sus] manos» (v. 19). Dios siempre tiene suficiente.

Practicar la hospitalidad también les recordaba que el pueblo había sido «esclavo en Egipto» (v. 22 RVC). Aunque quizá no todos hemos experimentado tal opresión, sí hemos tenido necesidades. Al dar a otros, hacemos bien en recordar nuestra necesidad más básica: la liberación de nuestro pecado. «Cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8).

Nuestro Dios generoso «ama al dador alegre» (2 Corintios 9:7).

De:  Matt Lucas

Reflexiona y ora

¿Hacia qué persona o grupo necesitado ha dirigido Dios tu atención? ¿Qué podrías darles?
Padre, abre mis ojos para ver a los necesitados.