Hipócrates sacó la medicina del ámbito de la superstición y la llevó a la luz de la prueba y la observación. Pero nunca perdió de vista la humanidad del paciente: «Es mucho más importante saber qué tipo de persona tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene la persona».
El apóstol Pablo se ocupó de los múltiples problemas de una iglesia, pero considerando la humanidad de cada miembro; incluido un hombre que había cometido un pecado que «ni siquiera los paganos tolerarían» (1 Corintios 5:1 RVC). Condenó duramente la «enfermedad», y el hombre se arrepintió. Al escribir una segunda carta a la iglesia de Corinto, dio instrucciones precisas, reconociendo que ese pecado había afectado a todos —«ha causado tristeza […] a todos vosotros» (2 Corintios 2:5)—; pero, como el hombre había dejado su pecado, agregó: «os ruego que confirméis el amor para con él» (v. 8).
Su motivación era clara: «por la […] angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que supieseis cuán grande es el amor que os tengo» (v. 4). Conocía y amaba a todos.
El pecado nos afecta a todos, pero detrás de cada pecado hay un ser humano. Aunque sea difícil restaurar, es lo que Dios nos llama a hacer. Conoce a la persona, y luego, ámala en el poder de Cristo.



