Alberto puso su tarjeta de débito sobre la cuenta del restaurante. La camarera la tomó, y tras una pausa preguntó: «Un momento, ¿quién este tipo que dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida?”. ¡Qué engreído!». Alberto se dio cuenta de que la camarera estaba reaccionando ante las palabras que el banco cristiano había impreso en la tarjeta: las palabras de Jesús en Juan 14:6. Sorprendido, le explicó quién era «este tipo» y sobre su sacrificio para llevarnos a Dios.

Cuando encontramos personas que no saben nada de nuestra fe, quizá nos burlemos o incluso los juzguemos, pero el apóstol Pedro nos desafía: «estad siempre preparados para presentar defensa […] ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros», y advierte a hacerlo «con mansedumbre y reverencia» (1 Pedro 3:15). En Colosenses 4:6, Pablo explica el poder de tal respuesta: «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder». Así como la sal agrega sabor a la comida, las respuestas saladas invitan a otros a acercarse a la fe.

En entornos inesperados, pueden surgir preguntas de personas que desconocen por completo a Jesús. Cuando respondemos con amabilidad, nuestras respuestas tienen un sabor que insta a quienes preguntan a desear más.

De: Elisa Morgan