La esperanza puede definirse como la expectativa y el deseo de algo bueno. Y Cristo es la mayor fuente de esperanza: solo Él conoce lo que es mejor, y tiene el poder de asegurar su cumplimiento.
Cuando la vida en este mundo es como un mar agitado por la tormenta, Cristo, nuestra ancla, nos alienta con la promesa de una herencia imperecedera en el cielo (1 P 1.3, 4). Sin embargo, esa seguridad definitiva puede parecer lejana cuando el dolor está presente y no hay alivio a la vista. Entonces, ¿cómo podemos soportar las pruebas aquí y ahora? Por medio de la esperanza, que anticipa un cambio de circunstancias.
Pero ¿qué pasa cuando nuestra situación no mejora? ¿Qué está haciendo Dios que es “mejor”? Pedro nos dice que está refinando nuestra fe, lo que resultará en alabanza y gloria cuando Cristo regrese (1 P 1.6, 7). Esto será más valioso que el oro o incluso el alivio de nuestro sufrimiento. Las dificultades que hacen que algunos pierdan la esperanza son las mismas herramientas que Dios puede utilizar para aumentar la fe de sus hijos.
Cristo nos promete esperanza no solo para la eternidad, sino también para esta vida. Si Dios no nos libra de la dificultad, podemos descansar sabiendo que cuando lleguemos a nuestro hogar eterno, veremos el valor de la fe que Él produjo en nosotros.
BIBLIA EN UN AÑO: 1 CRÓNICAS 1-3