El barrio de Dante en Manila solía inundarse. Cuando llovía, el pequeño llegaba a la escuela cruzando un puente improvisado que había colocado un vecino. «El Sr. Tomas ayudó a la comunidad a moverse —dijo Dante—. Me guiaba por el puente, protegiéndome de la lluvia».

Años más tarde, Dante se unió a una iglesia al norte de Manila. Leo, su líder de estudio bíblico, fue su mentor. Mientras hablaban de sus infancias, ¡Dante descubrió que Leo era hijo del Sr. Tomas! «Las casualidades no existen —dijo Dante—. Dios usó al hijo de un hombre que me bendijo, para ayudarme en mi fe».

Una mujer de la ciudad de Sunam también experimentó la providencia de Dios. Con fe, había seguido el consejo del profeta Eliseo, marchándose de su casa para evitar una hambruna (2 Reyes 8:1-2). Al hacerlo, había perdido el derecho a sus propiedades. Luego, justo mientras buscaba ayuda del rey sobre este asunto, el rey estaba hablando con Giezi, el sirviente de Eliseo, sobre ella.

Años antes, Giezi había visto resucitar al hijo muerto de la mujer. Ahora, Giezi dijo: «Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir» (v. 5). El rey entonces «ordenó a un oficial» para su caso (v. 6) y le devolvió su propiedad.

Nuestro Dios soberano siempre nos cuida, especialmente cuando las cosas no salen como habíamos planeado.

De:  Karen Huang

Reflexiona y ora

¿Cómo te anima la historia de la sunamita? ¿Qué revela sobre el cuidado de Dios?
Padre, gracias por ocuparte de mí.