Al principio de la temporada de baloncesto, el entrenador de la escuela de nuestro barrio intentaba convencer a sus jugadores de arriesgarse a tirar a la canasta. «¡Tiren!», suplicaba desde el costado. Sus jugadores se pasaban la pelota o driblaban. A mitad de la temporada, la mayoría dejó sus dudas e intentó lanzar el balón para encestar. Pero «lanzarse» marcó la diferencia. Al intentarlo —aunque a menudo no dieran en el blanco—, aprendieron a ganar.
Jesús nos enseña a abandonar la duda para obedecer su llamamiento de hacer discípulos: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado» (Mateo 28:18-20).
En la práctica, esto puede significar salir de nuestra comodidad para compartir nuestra historia de lo que Dios hizo por nosotros. O involucrarnos en la vida de nuestros vecinos, mostrándoles el amor de Jesús. Estos enfoques funcionan, pero solo si nos lanzamos y los probamos.
Por sobre todo, vamos con la autoridad de Jesús a intentar lo que puede parecer difícil: hacer discípulos. No debemos temer. Jesús prometió: «he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (v. 20).