Los científicos estudiaron la resiliencia de dieciséis sociedades en todo el mundo, incluidos el Yukón y el interior de Australia. Analizaron miles de años de registros arqueológicos, rastreando el impacto de hambrunas, guerras y clima. Un factor resaltó: la frecuencia de las crisis. Podría suponerse que estas debilitarían a las sociedades, pero ocurrió lo contrario: las sociedades que enfrentaban dificultades solían desarrollar resiliencia, recuperándose más rápido en desafíos futuros. Al parecer, el estrés puede forjar resiliencia.
El profeta Habacuc entendía qué significaba dejar de disponer de las seguridades terrenales. Considerando la inminente devastación de Judá, pintó un cuadro tenebroso: una tierra estéril, sin cosechas ni rebaños (3:17). Pero aun así, declaró: «Con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (v. 18). Su gozo no dependía de las circunstancias ni de los placeres terrenales, sino que estaba anclado en el carácter inmutable de Dios. En las temporadas más oscuras, el poder del Señor lo hizo perseverar.
Como Habacuc —y parecido a esas sociedades resilientes—, las repetidas adversidades desarrollan nuestra perseverancia espiritual. En épocas difíciles, aferrémonos a nuestra esperanza en Dios y recordemos que Él está con nosotros.



