Cuando acompañé a mi amiga al salón de belleza en su cumpleaños, nos encantaron las atenciones que recibimos. Una música relajante y un asistente personal nos dieron la bienvenida al spa tranquilo y con luz tenue. Toda la experiencia fue calma y reparadora. Sin embargo, tuve que reprimir una risita al ver un cartel en una mesa que afirmaba: «Esta línea de cuidado capilar te da más que un cabello bonito… te da paz mental».
Sabemos que los productos capilares no aportan una paz duradera, pero a menudo nos conformamos con un alivio temporal cuando nuestro mundo es estresante. En realidad, la paz verdadera no viene de algo sino de alguien. El apóstol Pablo declara: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). El pecado nos separa de Dios, pero el sacrificio expiatorio de Cristo nos abre un camino para relacionarnos con Él (5:9-10). Jesús ofrece paz para hoy y para la eternidad: «entrada por la fe a esta gracia», «la esperanza de la gloria de Dios» (v. 2) y esperanza a pesar del sufrimiento terrenal (vv. 3-4). La paz con Dios es más que un sentimiento; es un regalo que recibimos por la fe en Jesús. Su paz está a nuestra disposición: en un salón de belleza o en un hospital, en momentos de serenidad y de caos.