En su primera carta a la iglesia en Corinto, Pablo recuerda que la libertad en Cristo implica responsabilidad. Aunque podemos disfrutar de nuestras libertades, como creyentes estamos unidos a la iglesia de Cristo, y nuestros cuerpos y almas le pertenecen, ya que, al morir, seremos resucitados para vivir con Él para siempre (1 Co 6.17). En pocas palabras, no nos pertenecen.
Como administradores temporales de estos cuerpos, tenemos la responsabilidad de discernir lo que es beneficioso y lo que no lo es para ellos. Es importante destacar la distinción que hace Pablo entre libertad y desenfreno: aunque la gracia y el perdón de Dios cubren nuestros pecados, esto no nos autoriza a involucrarnos en comportamientos perjudiciales. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a comprometernos por completo en la búsqueda de una vida piadosa. Los cristianos somos “vasos de barro”, diseñados por Dios con un propósito divino, para cumplir su voluntad y para traer honor y gloria a Él (2 Co 4.7).
La verdadera libertad es vivir sin las cadenas del pecado y el comportamiento destructivo, y Jesucristo nos liberó de esas ataduras. Por lo tanto, no esclavice su cuerpo a hábitos dañinos. En cambio, glorifique a Dios con todo su ser: corazón, mente, alma y cuerpo.
BIBLIA EN UN AÑO: SALMOS 120-131