La vida no siempre sale como queremos. Incluso cuando hacemos planes según las instrucciones de Dios, podemos encontrarnos con retrasos y obstáculos. La frustración por estas dificultades puede llevarnos al desaliento e incluso a la desesperanza.
Piense en el viaje de Pablo a Roma. Cuando se desató una fuerte tormenta, los marineros se esforzaron para salvar el barco. Pero no pudieron controlar el clima y poco a poco perdieron la esperanza de salvarse (Hch 27.20). Sin embargo, nadie murió. Dios fue soberano sobre aquel violento clima, así como lo es sobre nuestras turbulencias, ya sea que perdamos el trabajo, se nos muera un ser querido o recibamos un diagnóstico devastador. Aunque a veces sintamos desesperanza, podemos confiar en que el Señor obrará para nuestro bien.
Los sueños pospuestos pueden desanimarnos, como le ocurrió a Ana (1 S 1.10, 11), quien año tras año enfrentaba una esperanza que se demoraba (Pr 13.12). Al igual que ella, podemos sentirnos abatidos, pero el mismo Dios que respondió su clamor también conoce nuestra situación.
En momentos de desánimo, tenemos una opción: enfocarnos en las circunstancias o en nuestro amoroso Padre celestial, quien nos sostendrá en cada desafío, tal como lo ha prometido.
BIBLIA EN UN AÑO: JUAN 8-9



