Mientras su padre lanzaba el sedal al lago, Tomás, de dos años, lo imitaba con su propia caña de pescar de juguete. Más tarde, intentó imitar el ejemplo de su padre de devolver los peces al agua, sumergiendo la caña y «atrapando» malezas. Después de cada «captura», Tomás las sostenía para que su padre las admirara antes de devolverlas al lago.

Tendemos a aprender —tanto lo bueno como lo malo— observando e imitando a los demás. Quizá por eso, en el Nuevo Testamento, se anima a los seguidores de Jesús a fijarse en los fieles servidores del evangelio como modelos a imitar (ver 2 Tesalonicenses 3:9; Hebreos 13:7; 3 Juan 11).

En 2 Tesalonicenses 3, Pablo dio ejemplos de conductas que no debían imitarse (estilos de vida ociosos, perturbadores y entrometidos; vv. 6, 11), y les dijo a sus lectores que imitaran en cambio los ejemplos de integridad de él y los demás líderes (vv. 7-10). Los animó a no cansarse nunca de hacer el bien (v. 13).

Pero Pablo sabía que solo valía la pena imitar su ejemplo en tanto señalara su dependencia de Cristo (1 Corintios 11:1). Solo al arraigar nuestra vida en la fe y el poder de Cristo, podemos crecer en gracia y sabiduría.

De: Alyson Kieda