Salmo 63.1-5

El Señor creó en nuestro corazón un hambre espiritual. David sintió este anhelo, y a lo largo de los Salmos lo encontramos meditando en Dios y alabándolo o clamando a Él. La mayor alegría de David era estar con su Padre celestial en íntima comunión.

Tener hambre del Señor es desear conocerlo y acercarse más a Él. Sin embargo, este anhelo no siempre ocupa un lugar central en la vida de los creyentes. La sociedad moderna está llena de distracciones que compiten por nuestro interés y afecto. Estos placeres y búsquedas rivalizan con Dios, reclamando nuestro tiempo y esfuerzo.

La buena noticia es que nuestro anhelo por Dios puede despertarse si cambiamos de prioridades. Aunque cultivar ese deseo toma tiempo, la alegría y las recompensas son eternas (Sal 16.9-11). A medida que aumenta nuestra hambre espiritual, el Señor abrirá nuestro corazón para entenderlo y anhelarlo más.

Si buscamos al Señor, Él nos saciará con contentamiento y una sensación de plenitud, al mismo tiempo que despertará un anhelo aún más profundo en nuestra alma. El anhelo por Dios, a diferencia del hambre física, se sacia solo para despertar un deseo aún mayor. Cuanto más llenos estamos de Cristo, más lo anhelamos.

BIBLIA EN UN AÑO: JEREMÍAS 18-21