¿Cómo puede ser que a Dios le importen todas estas personas? Este pensamiento me golpeó al bajar de una concurrida plataforma de tren en una ciudad abarrotada, a miles de kilómetros de casa. Era un adolescente que viajaba al extranjero por primera vez, y me abrumó el tamaño del mundo que me rodeaba. Me sentía pequeño y me preguntaba cómo Dios podía amar a tantas personas.
Aún tenía que entender el amplio alcance del perfecto amor de Dios. En las Escrituras, el profeta Jonás tampoco podía entenderlo. Cuando por fin obedeció el llamamiento de Dios a predicar arrepentimiento a los ninivitas que habían oprimido a su nativa Israel, no quería que Él los perdonara. Pero se arrepintieron, y cuando Dios no los destruyó, Jonás se enojó. Dios protegió a Jonás con una planta que creció rápidamente pero que luego se secó, lo que lo hizo enojar más. Entonces, se quejó, pero Dios respondió: «Tuviste tú lástima de la calabacera […]. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, […] donde hay más de ciento veinte mil personas…?» (Jonás 4:10-11).
Dios es tan grandioso que puede interesarse profundamente por los que están lejos de Él. Su amor llega a los extremos de la cruz y el sepulcro vacío de Jesús para suplir nuestra mayor necesidad. Su grandeza se manifiesta en bondad, y Él anhela acercarnos a su lado.