A principios del siglo xx, la ciudad de Nueva York se había convertido en un lugar ruidoso. Con trenes elevados, autos, tranvías, gritos de vendedores de periódicos y gente apresurada: ¡la vida era ruidosa! Pero un día, en la esquina de Broadway y calle 34, Charles Kellogg le dijo a su amigo: —Escucha, oigo un grillo.

—Imposible —respondió su amigo—. Con todo este bochinche no podrías oír un ruido pequeño como ese. Pero Kellogg insistió y finalmente encontró el grillo en la ventana de una panadería.

—¡Qué oído asombroso tienes! —declaró el amigo.

—Para nada —respondió Kellogg—. Es cuestión de dónde enfocas tu atención.

Elías era un profeta de Dios que, a pesar de verlo desplegar su poder asombroso, después se escondió en una cueva por temor a una reina pagana (1 Reyes 19:1-9). Pero esta vez, Dios no quiso comunicarse de forma poderosa. Aunque envió un viento fuerte, un terremoto y un fuego (vv. 11-12), era hora de que Elías se comunicara con Dios de forma personal y tranquila. Dios le habló con «silbo apacible y delicado».

Hoy hay un exceso de ruido en nuestras vidas, pero Dios sigue hablando con voz suave mediante las Escrituras y su Espíritu. Enfocar nuestra atención en Dios nos ayudará a sintonizar su voz de consolación y guía.

De: Brent Hackett