Desde el primer pecado (Gn 3.6), todos los seres humanos nacemos con una naturaleza pecaminosa, lo que nos separa de un Dios santo. Para tener comunión con Él, debemos nacer de nuevo. Así es como recibimos una nueva naturaleza, un nuevo espíritu y un nuevo destino eterno.
El renacimiento espiritual es una obra milagrosa del Espíritu Santo: Él no simplemente renueva nuestra vieja naturaleza, sino que produce una transformación. Como dice 2 Corintios 5.17: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (énfasis añadido). Como resultado, los creyentes pueden adorar, alabar y servir al Dios vivo con genuino amor y devoción a Él.
Este proceso de renacimiento implica el perdón de nuestros pecados, que Dios hizo posible al enviar a su Hijo a morir en la cruz. La expiación sustitutiva de nuestro Salvador es el medio por el cual Dios elimina nuestro pecado y nos hace santos como Él. Nuestra limpieza no proviene de la religiosidad, ni siquiera de la confesión y el arrepentimiento, sino de la sangre que Cristo derramó en la cruz del Calvario. Al creer en que Él murió para pagar la deuda que nosotros debíamos y aceptar su sacrificio por nosotros, somos perdonados y Dios borra nuestros pecados (Ef 1.7; Sal 103.12). Alábelo por su amor y su gracia incomparables.
BIBLIA EN UN AÑO: ROMANOS 1-3



