Con más tiempo libre, mi plan para los próximos meses era servir a las personas tanto como pudiera. Pero mientras ayudaba a una nueva amiga, tropecé, me caí y me fracturé el brazo. De repente, yo era la que necesitaba ayuda. El pueblo de Dios me cuidó con visitas, tarjetas, flores, llamadas telefónicas, mensajes de texto, oraciones, comidas (e incluso una caja de chocolates) y haciendo mandados. ¡No podía creer lo amables que fueron mi familia, amigos y hermanos de la iglesia! Era como si Dios estuviera diciendo: «Siéntate. Necesitas ayuda. Verás cómo es que te cuiden». Gracias a ellos, sé más sobre servir de corazón y estar agradecida a Dios por los demás.
Los hermanos en la fe me ayudaron tal como Pablo instruyó a los miembros de la iglesia en Roma (Romanos 12). Los alentó a amarse unos a otros sinceramente, honrar a los demás y compartir con los necesitados (vv. 9-13). En su carta, Pablo les enseñó doctrina, pero también compartió que la vida en Cristo no es una teología abstracta; se muestra de forma práctica en la vida diaria (caps. 12-16). El método de Dios es el amor. Recibirlo y derramarlo sobre otros es una de tantas maneras de expresar su amor a nosotros.
Al servir a nuestras iglesias y comunidades, estas serán alentadas, nosotros bendecidos y Dios alabado.