Mi amiga Christine y su esposo se sentaron a cenar en casa de sus tíos. A su tía le habían diagnosticado recientemente un cáncer agresivo. Antes de que empezaran a comer, su tío preguntó: «¿Alguien tiene algo que decir?». Christine sonrió porque sabía qué quería decir: «¿Alguien quiere orar?». Él no era creyente en Jesús, pero sabía que Christine sí lo era, y esa era su manera de invitar a orar. Con palabras sentidas, ella agradeció a Dios por su cuidado y pidió que realizara un milagro para su tía.

El rey Ezequías se enfermó y tenía algo que decirle de corazón a Dios después de que el profeta Isaías le dijo que moriría (Isaías 38:1). «Con gran lloro», dijo sincera y desesperadamente: «te ruego que te acuerdes ahora que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón» (v. 3). Aunque la sanidad no depende de nuestra «bondad», y Dios no siempre sana, Él decidió extender la vida del rey quince años (v. 5). Después de recuperarse, Ezequías dio gracias a Dios y lo alabó (v. 16).

Dios nos invita a orar, ya sea por una necesidad urgente o para agradecerle por algo insignificante o importante. Él oye nuestras oraciones, ve nuestras lágrimas y responde según su plan. Nuestra función es «[andar] humildemente todos [nuestros] años» con Él (v. 15).

De:  Anne Cetas

Reflexiona y ora

¿Qué preocupaciones tienes que llevar ante Dios? ¿Cómo puedes poner tu confianza en Él?
Padre, confío en tu poder para hacer tu buena voluntad en mi vida.