En Tierra Santa, nos encantó caminar por donde caminó Jesús. Ahora puedo imaginar más fácilmente las imágenes y los sonidos de su vida terrenal. Pero subir y bajar por las piedras irregulares dejó su huella, y llegué a casa con las rodillas doloridas. Por supuesto, mis dolencias eran menores comparadas con las de quienes viajaban hace siglos, que no solo padecían mucho; incluso morían. Pero Dios estaba con ellos.

Dios llamó a su pueblo a seguirlo y lo invitó a vivir en una «tierra que fluye leche y miel» (Éxodo 3:8). Sabía que, al entrar en la tierra prometida, se enfrentarían al peligro de ejércitos contrarios y a obstáculos como ciudades amuralladas. Dios había estado con ellos durante cuarenta años en el desierto y no los abandonaría ahora. Prometió a Josué, el nuevo líder, que su presencia estaría con ellos: «no te dejaré, ni te desampararé» (Josué 1:5). Josué enfrentaría desafíos y dificultades, necesitaría ser fuerte y valiente, y Dios lo ayudaría.

Los que creemos en Jesús, tanto si estamos llamados a quedarnos o a marcharnos, enfrentaremos peligros, desafíos y sufrimientos en esta vida. Pero podemos aferrarnos a las promesas de nuestro Dios, que nunca nos abandonará. Gracias a Él, también podemos ser fuertes y valientes.

De:  Amy Boucher Pye

Reflexiona y ora

Al enfrentar dificultades, ¿cómo experimentaste la presencia de Dios? ¿Cómo puedes acudir hoy a Él en busca de ayuda, amor y apoyo?
Dios, asegúrame de que estás conmigo en medio de los valles oscuros.