Ana se encontraba desesperada, afligida por no tener hijos, lo que era una deshonra para una mujer hebrea. Aferrarse a la esperanza puede ser difícil cuando las circunstancias no muestran señales de mejorar. Para los creyentes, esto puede ser aún más desalentador porque sabemos que Dios podría haber hecho realidad nuestros anhelos y remediado la situación, pero no lo ha hecho.
Ana era una mujer de gran fe, incluso en medio de la desilusión y el dolor. Año tras año seguía yendo a Silo para adorar al Señor. Una perseverancia como la suya es una cualidad que el Padre celestial valora mucho en su pueblo. La paciencia en las pruebas lleva a un carácter piadoso y a una esperanza que “no avergüenza” (Ro 5.3-5).
El gran dolor a menudo nos lleva a Dios. Ana, llorando amargamente, derramó su alma ante el Señor y ofreció lo que más valoraba: un hijo. Puso su esperanza en Él y prometió que, si cumplía su deseo, dedicaría a su hijo al servicio de Dios.
A veces, lo que nos esforzamos por retener solo lo podemos conservar al entregárselo a Dios (Lc 9.24). Que podamos aprender del ejemplo de fe de Ana. Entreguemos nuestras esperanzas al único que puede cumplir nuestros deseos o cambiarlos para que coincidan con su voluntad.
BIBLIA EN UN AÑO: JOB 39-42