El teólogo medieval Tomás de Aquino soportó mucho al dedicar su vida a buscar a Dios. Su familia lo encarceló para intentar disuadirlo de unirse a la orden dominicana, un grupo monacal dedicado a la vida sencilla, el estudio y la predicación. Tras pasar su vida estudiando las Escrituras y la creación, y escribiendo casi cien volúmenes, Aquino tuvo una experiencia tan intensa con Dios que escribió: «Ya no puedo escribir más, puesto que Dios me ha dado un conocimiento tan glorioso que todo lo que contienen mis obras es como paja». Murió apenas tres meses después.
El apóstol Pablo también describe una experiencia con Dios tan extraordinaria que era imposible ponerla en palabras, cuando «fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar» (2 Corintios 12:4). Debido a la «grandeza de las revelaciones», a Pablo se le dio un desconocido «aguijón en [su] carne» (v. 7), para mantenerlo humilde y dependiente de Dios. El Señor le dijo: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (v. 9).
Cuanto más entendemos sobre Dios, más entendemos también lo imposible que nos resulta resumir en palabras quién es Él. Pero en nuestra debilidad e incapacidad de expresarlo, la gracia y la belleza de Cristo brillan claramente.
De: Monica La Rose