Nadie mencionó las cosas que solemos perseguir en nuestra vida. Esto fue lo que descubrió la enfermera de cuidados paliativos Bronnie Ware sentada junto a los moribundos. Les preguntaba a propósito: «¿Harías algo diferente si pudieras volver a hacerlo?». Surgían temas comunes, y ella hizo una lista de los cinco remordimientos más destacados: (1) desearía haber tenido el valor de vivir una vida fiel a mí mismo; (2) no haber trabajado tanto; (3) haber tenido el valor de expresar mis sentimientos; (4) haber permanecido en contacto con mis amigos; (5) haberme permitido ser más feliz.

La lista de Ware me recuerda la parábola que relató Jesús en Lucas 12. Un hombre rico decide construir graneros más grandes para almacenar su gran cosecha, tras lo cual se dice que se jubilará espléndidamente, se sentará y se relajará, y así vivirá hasta que muera (vv. 18-19). Pero en ese momento, Dios le exige su vida con una frase bastante dura: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?» (v. 20).

¿Es posible morir sin ningún remordimiento? Es difícil saberlo con seguridad. Pero lo que sí sabemos está claramente expresado en las Escrituras: almacenar cosas para nosotros mismos no tiene futuro. Las riquezas verdaderas vienen de invertir la vida en Dios.

De: John Blase