El remolcador se hundió a 32 kilómetros de la costa de Nigeria, y once miembros de la tripulación se ahogaron. Pero el cocinero del barco, Harrison Odjegba Okene, encontró una bolsa de aire y esperó. Solo tenía una Coca-Cola como provisión, y dos linternas que se agotaron enseguida. Durante tres terroríficos días, Okene quedó atrapado solo y a oscuras en el fondo del mar. Había empezado a perder la esperanza cuando unos buzos en una misión para recuperar cadáveres lo encontraron acurrucado y temblando en lo profundo del casco.
La imagen de Okene solo en la oscuridad durante sesenta horas es inquietante. Les dijo a los periodistas que todavía sufre pesadillas por la horrible experiencia. Pero ¿puedes imaginar lo que sintió al ver la lámpara del buzo en la oscuridad? Qué euforia, qué esperanza. El profeta Isaías predijo que, cuando viniera el Mesías, todo «el pueblo que andaba en tinieblas» vería «gran luz» (9:2). Con nuestros propios recursos, vivimos «en tierra de sombra de muerte», pero en Jesús, la «luz resplandeció» (v. 2).
Cristo es «la luz del mundo», y en Él, no hay por qué temer, porque tenemos «la luz de la vida» (Juan 8:12). Tal vez nos sintamos atrapados, desesperados, solos o angustiados, pero Dios ilumina la buena noticia: Jesús nos saca de la oscuridad a su luz maravillosa.