2 Timoteo 4.6-8

Nuestra sociedad trata de postergar la muerte mediante vitaminas, ejercicio y dieta. No todo es malo, pero la motivación es lo que importa.

Nuestro cuerpo es templo de Dios (1 Co 3.16). Debemos cuidar esta morada y esforzarnos por cumplir las buenas obras que Él ha preparado para nosotros (Ef 2.10).

Sin embargo, prolongar la vida solo por temor a la muerte no viene de Dios. Cristo murió en nuestro lugar, y quien confía en Él como Salvador no debe preocuparse. Al ser salvos, tenemos la seguridad de un lugar eterno en su presencia.

Nuestro Dios omnisciente conoce la duración de nuestra vida (Sal 139.16). Por eso, la mejor preparación es recibir a Cristo como Salvador por fe y vivir entregados, esforzándonos por seguir su voluntad.

Además, es vital que los creyentes mantengamos la eternidad en mente. Este mundo es hermoso, para disfrutarlo y cuidarlo, pero nuestro verdadero hogar está en el cielo. Ambas son bendiciones de nuestro Padre, pero la segunda es eterna.

¿Cómo debe vivir para estar listo cuando Dios haya determinado que su tiempo en la Tierra ha terminado?

BIBLIA EN UN AÑO: APOCALIPSIS 13-17