En 2010, casi cuatro mil creyentes en Jesús, representantes de 198 países, se reunieron en una conferencia en Ciudad del Cabo, Sudáfrica; una reunión considerada como la más representativa de la iglesia cristiana desde que Jesús caminó por la tierra.
Vendrá un día en que una reunión no necesitará «representantes» porque todos los creyentes estarán juntos. En una visión de Dios, Juan lo describe así: «miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero […]; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios» (Apocalipsis 7:9-10).
Nuestras iglesias locales quizá no siempre reflejen la diversidad que hay en el reino eterno de Dios. A veces, es resultado de factores ajenos a nuestro control, mientras que otras veces nos reunimos para adorar con quienes consideramos cultural, generacional y económicamente similares a nosotros.
Pero honramos a Dios cuando abrazamos —e incluso buscamos— las hermosas diferencias que Él ha otorgado a sus hijos, ya que ofrecen un anticipo de esa diversa y celestial reunión cuando todos los que confiaron en el sacrificio de Jesús lo adoren juntos.



