Una cálida noche, me encontré con unos amigos para ir a comer a un restaurante que ofrecía música jazz en vivo al aire libre, pero cuando llegamos, el patio estaba lleno. Decepcionados, tuvimos que caminar varias cuadras para encontrar otro lugar para cenar.
En la tierra, las decepciones vienen en todos los tamaños. Mascotas queridas mueren. Las carreras se terminan. Aparecen problemas de salud. Perdemos contacto con seres queridos. En nuestros contratiempos, tenemos el consuelo de Dios, pero nuestras historias de vida no siempre incluyen los finales felices que anhelamos. Sin embargo, los creyentes en Jesús tienen la esperanza de una eternidad gozosa.
El libro de Apocalipsis registra la visión sobrecogedora que Dios da a Juan, quien vio «la santa ciudad, la nueva Jerusalén», la cual, «dispuesta como una esposa ataviada para su marido» irradiaba la gloria de Dios (21:2). Dios moraría allí junto con todo su pueblo. Sin muerte, ni oscuridad ni temor (vv. 25-27), abundarían la luz y la paz.
Cuando me encontré con mis amigos para cenar, terminamos en la acera iluminada del primer restaurante, escuchando la música mientras comíamos helado. Saboreamos el momento, pero sabemos que ninguna alegría terrenal puede compararse con el final supremo que los creyentes disfrutarán para siempre.