Cuando la estrella del fútbol Sadio Mané, de Senegal, jugaba para el Liverpool en la liga inglesa, era uno de los jugadores africanos mejor pagos del mundo, recibiendo millones de dólares por año. Los aficionados detectaron una foto de Mané con un iPhone con la pantalla rota, y bromeaban sobre él por usar un aparato dañado. Su respuesta fue tranquila: «¿Por qué querría tener diez Ferraris, veinte relojes de diamante y dos aviones? Tuve hambre, trabajé en el campo, jugué descalzo y no fui a la escuela. Ahora puedo ayudar a la gente. Prefiero construir escuelas y dar comida y ropa a los pobres. [Dar] algo de lo que la vida me ha dado».
Mané sabía lo egoísta que sería acumular toda su prosperidad cuando en su país luchaban bajo condiciones devastadoras. Hebreos nos recuerda que esta manera generosa de vivir es para todos, no solo para los ricos. «Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios», dice el escritor (13:16). Cultivar un corazón generoso no es solo lo correcto, sino que la Escritura dice que la generosidad también hace sonreír a Dios. ¿Quién no quiere agradar a Dios?
No se trata de cuánto damos, sino de la condición del corazón. Algo que podemos hacer para agradar a Dios (v. 21) es abrir las manos y compartir lo que tenemos.
De: Winn Collier