Con mi familia, trajimos a mi papá a vivir a casa. Una enfermedad degenerativa requería que estuviera las 24 horas en cama y con una sonda nasogástrica, así que estábamos adaptándonos a las nuevas rutinas médicas. Yo también estaba planificando un procedimiento gástrico para mi mamá y lidiando con los exigentes clientes en mi trabajo. Abrumada, un día busqué privacidad en el baño y clamé a Dios: Ayúdame, Padre. Por favor, dame fuerzas para atravesar los días que vienen.
David también se sintió abrumado por problemas (Salmo 55:2-5). Atacado por su hijo Absalón, traicionado por su íntimo amigo y desesperado ante la violencia resultante en Jerusalén, dijo: «Temor y temblor vinieron sobre mí» (v. 5).
Pero David decidió confiar en Dios (v. 23). Creyó que Él «no dejará para siempre caído al justo» (v. 22). Años de confiar en el Todopoderoso le habían enseñado que, aunque los problemas nos desestabilicen, los que creemos en Dios nunca estaremos irreversiblemente perdidos ni indefensos: «Cuando el hombre cayere, […] el Señor sostiene su mano» (37:24). Por eso, afirmó: «a Dios clamaré; y el Señor me salvará» (55:16).
Catorce años después, seguimos cuidando a mi papá en casa. Los años me han enseñado que, cuando echamos nuestras preocupaciones sobre el Señor, Él nos sustenta (v. 22).
De: Karen Huang