El amado pastor Andrew Murray (1828-1917) compartió cómo, en su nativa Sudáfrica, varias enfermedades afectaban los naranjos. Para el ojo inexperto, todo podía parecer normal, pero un arborista especializado podía detectar la alteración que anunciaba la muerte lenta de la planta. La única manera de salvar el árbol era remover el tronco y las ramas de la raíz e injertarlos en uno nuevo. Así, el árbol podía crecer bien y producir fruto.
Murray relaciona esta ilustración con la carta de Pablo a los efesios. Desde la cárcel en Roma, resume maravillosamente el evangelio de Jesucristo. Su corazón de pastor resplandece cuando ora para que los creyentes sean revestidos de poder por el Espíritu de Cristo en su interior, para que Él more en sus corazones por la fe (Efesios 3:16-17). Anhelaba que estuvieran «arraigados y cimentados en amor», y entendieran la medida plena del amor abundante de Dios (vv. 17-18).
Como creyentes en Cristo, nuestras raíces se hunden profundamente en el rico suelo del amor de Dios, donde los nutrientes nos fortifican y nos ayudan a crecer. Injertados en Cristo, su Espíritu nos ayuda a producir fruto. Quizá tengamos que enfrentar tormentas que nos dobleguen, pero podemos soportarlas arraigados en la Fuente de vida.
De: Amy Boucher Pye