Si se le pregunta a alguien en la iglesia por qué vino Cristo, probablemente responderá basándose en Lucas 19.10: “para buscar y salvar lo que se había perdido”. Esto es cierto. El Salvador vino a ofrecernos esperanza, renovando la relación entre Dios y el creyente. Sin embargo, el propósito supremo de su tiempo en la Tierra fue revelar la verdadera naturaleza del Padre celestial.
En el huerto del Edén, el conocimiento de Dios era apenas un leve chorrito. Más tarde, Moisés entregó la Ley para que los israelitas supieran qué se esperaba de ellos, y ese chorrito se convirtió en un arroyo. Cuando los profetas revelaron más acerca de Dios, el arroyo creció hasta convertirse en un río. Entonces vino Cristo, la encarnación del Padre, y fue como si se rompiera una represa, liberando un vasto mar de conocimiento.
La Biblia nos habla de Cristo para que podamos relacionarnos con el Padre celestial con amor y compromiso inquebrantables. Lo hacemos al crecer en la fe y compartir la esperanza de Cristo, el único camino para conocer al Padre celestial (Jn 14.6). Al iniciar la temporada de Adviento, anticipando con gozo la venida de Cristo, aprovechemos esta temporada para buscar al Señor de manera intencional. Que, mediante la oración y el estudio, nos acerquemos cada vez más a Aquel que nos ama sin medida.
BIBLIA EN UN AÑO: 1 CORINTIOS 11-13



