La declaración en la pared de mi banco resume en una palabra sus principios corporativos: amabilidad. ¡Y qué revitalizante fue encontrar amabilidad en la cajera que me ayudó con mi transacción!
En un mundo áspero y descortés, ser movido por la amabilidad es una gran idea. Encontramos este concepto en la carta de Pablo a su amigo Tito, donde lo instruye a recordarle a su congregación «que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3:2). Esta idea de amable mansedumbre también se traduce como «consideración» (rva-2015; lbla; nbla) o «humildad en su trato» (nvi).
Cómo tratamos a los demás revela si los vemos como portadores de la imagen de Dios o no. C. S. Lewis escribió en El peso de la gloria: «No hay personas comunes y corrientes. Nunca has hablado con un simple mortal». Lewis preveía la eternidad, donde disfrutaremos de la presencia de Dios o seremos separados de Él para siempre. Por eso, nos recuerda: «bromeamos […], trabajamos […], nos casamos con inmortales, despreciamos […] y explotamos a inmortales; horrores inmortales o esplendores eternos».
Que el Espíritu nos capacite para tratar a quienes nos rodean como lo que realmente son: portadores de la imagen de Dios.
De: Bill Crowder