Al confiar en el Señor Jesucristo como Salvador, nos convertimos en una nueva creación (2 Co 5.17). Es un acto de amor del Padre que nos da vida nueva, nos adopta en su familia y nos asigna un propósito específico.

Una vez que somos salvos, debemos dedicar el resto de nuestra vida a cumplir los propósitos de Dios. Somos llamados a ser discípulos de Cristo, trabajando con celo como Él lo hizo. Aunque la salvación es por gracia y no por obras, las obras siguen siendo la voluntad de Dios para nosotros (Ef 2.10). El Espíritu Santo continúa la misión de Cristo en el mundo, obrando a través de las acciones de sus seguidores.

El Padre celestial se ha comprometido a guiar y capacitar a los creyentes. Sea lo que sea que nos llame a hacer, su Espíritu Santo nos enseñará todo lo que necesitamos saber —como son las maneras efectivas de relacionarnos, de entregarnos por los demás y de compartir nuestra fe. El Señor espera que prioricemos el servicio a Él, y que rindamos nuestros recursos y habilidades para que Él las use.

Mientras vivamos en este mundo, nuestro estilo de vida debe ser de servicio entusiasta y comprometido en la causa de Cristo. Que su obra para Dios sea una verdadera labor de amor.

BIBLIA EN UN AÑO: JUAN 1-3