Esteban tomó su sierra y salió hacia el bosque. En ese momento, oyó a Augusto, de cinco años: «¡Espera, papá! ¡Quiero ir!». Con su sierra de juguete, guantes de trabajo y orejeras, siguió a su papá. Esteban le puso un par de troncos a una distancia segura. A los diez minutos, Augusto estaba agotado. ¡Cortar troncos con una sierra de juguete era trabajo duro! Pero estaba contento de «ayudar» a su papá, y su papá estaba encantado de pasar tiempo con su hijo.

¿No pasa así con nuestro Padre celestial? Suponemos que estamos ayudando. «¡Espera, Papá! ¡Necesito mi sierra!». Pero nuestra sierra es lo que menos importa. No estamos ayudando tanto como creemos. A Dios le interesa más la primera parte: «¡Espera, Papá!». Él no necesita nuestra producción.

Si aceptaste a Jesús como tu Salvador, Dios te ha adoptado en su familia y te ha dado su Espíritu. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción» (Romanos 8:15). No eres un siervo que se gana su lugar por el trabajo arduo; eres un hijo a quien el Padre ama. «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1).

Nuestro Padre celestial se deleita cuando le servimos. Pero Él no nos necesita; simplemente nos quiere.

De: Mike Wittmer

Reflexiona y ora

¿Qué piensas que quiere Dios de ti? ¿Cómo pasarás tiempo con Él hoy?
Padre, gracias por adoptarme.