Rebelarse contra Dios tiene un alto precio. Como enseñó el Dr. Stanley, cosechamos lo que sembramos, más de lo que sembramos, después de sembrarlo.

Muchos creen que las reglas quitan la diversión, pero esa no es la intención del Señor. Él nos ofrece verdadera libertad a través de una relación con Él. Nuestro amoroso Padre quiere que crezcamos en la fe y estemos protegidos de tentaciones, al establecer límites para nuestras acciones y enseñándonos normas a seguir para nuestro bien. No hay mayor gozo que servirle.

Pero cuando nos rebelamos y desafiamos la autoridad del Señor en algún área de nuestra vida, permitimos que el enemigo nos encadene. Puede que al principio no sintamos la atadura que nos impone, pero recuerde: las consecuencias de esas decisiones siempre serán desagradables. Ya sea que afecten el cuerpo, la mente, el corazón o el espíritu, terminaremos distraídos de servir plenamente al Señor (Mt 6.24).

Dios se toma en serio la desobediencia porque las consecuencias son graves. Como nuestro Padre amoroso, Él solo busca nuestro bien. Por eso, rebelarnos contra Él no trae provecho. Los hombres y mujeres sabios viven según su Palabra y le obedecen movidos por el amor (Jn 14.21, 23, 24).

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