En 304 d.C., el emperador romano Maximiano entró victorioso en la ciudad de Nicomedia. Se organizaron desfiles mientras los ciudadanos se reunían para agradecer a dioses paganos por la victoria… todos excepto una iglesia llena de personas que adoraban al único Dios verdadero. Maximiano entró en la iglesia con un ultimátum: renunciar a la fe en Cristo para escapar del castigo. Se negaron, y todos fueron asesinados cuando el emperador ordenó que incendiaran la iglesia con los creyentes adentro.

El apóstol Pablo entendía el costo de seguir a Cristo. En 1 Corintios 4, confrontó con su testimonio a los creyentes que vivían en la ciudad griega de Corinto, afirmando que los apóstoles habían sufrido por Jesús y su causa. Habían «llegado a ser espectáculo al mundo» (v. 9) al servir a Cristo.

Asimismo, el apóstol Pedro nos recuerda que Jesús sufrió en nuestro lugar: «cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:23).

Aún hoy, los creyentes en Jesús sufren por su fe. Como aquellos creyentes en Nicomedia, que toda oposición que enfrentemos sirva para revelar la fortaleza de nuestra fe en Cristo. Podemos confiar nuestras vidas al que «juzga justamente».

De: Matt Lucas

Reflexiona y ora

¿Cuándo tuviste ganas de contraatacar frente a un trato injusto por tu fe? ¿Cómo confiarás en que Dios te defenderá?
Padre, sea lo que sea que enfrente, ayúdame a confiarte mi vida.