Mi padre vio a mi madre por primera vez en una fiesta en Londres. Luego se coló en una segunda fiesta y organizó una tercera, solo para volver a verla. Finalmente, la invitó a dar un paseo, recogiéndola en su viejo Rover sedán, su posesión más preciada.

Mamá y papá se hicieron novios, pero había un problema. Mamá estaba a punto de mudarse a Perú para convertirse en misionera. Papá la llevó al aeropuerto, y cinco meses después, fue a Perú para proponerle matrimonio. ¿Y la mejor parte de la historia? Vendió su amado Rover para pagar el boleto de avión.

Si le hubieras preguntado a María, la hermana de Marta y Lázaro, cuál era su posesión más preciada, te habría mostrado un hermoso frasco de «perfume […] de mucho precio» (Juan 12:3). Y si hubieses estado en la fiesta que las hermanas prepararon para Jesús (v. 2) y observado cómo lo derramó sobre los pies de Él, habrías sabido cuánto significaba Cristo para ella. Él era así de precioso, así de valioso.

Para mi madre, que papá vendiera su auto no se trataba solo de un pasaje, sino de una señal de cuánto la valoraba. Y lo hecho por María también tenía un significado más profundo: estaba preparando a Jesús para su sepultura (v. 7). Cuando sacrificamos para Dios lo que más valoramos, participamos de su obra redentora a nuestro favor.

De:  Sheridan Voysey

Reflexiona y ora

¿Qué tesoro entregarías por Dios? ¿Cómo te sentirías si hubieses sido María cuando Jesús le reveló el significado más profundo de sus acciones?
Jesús, eres lo más valioso para mí.