Los creyentes entendemos que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, pero también debemos conocer su misión, cómo la cumplió, y su significado para nuestra vida. Cristo tuvo un doble propósito al venir al mundo: darnos una imagen tangible de quién es Dios, y morir por nuestro pecado.
¡Qué plan tan maravilloso! El Señor omnipotente y omnisciente ha existido desde la eternidad (Jn 1.1; 8.58) y, sin embargo, renunció a su gloria para hacerse humano. Al vivir entre nosotros como Dios en carne (Col 1.15), podemos conocer mejor a nuestro Padre celestial.
Mediante el sacrificio de Cristo, somos invitados a una relación eterna con Dios. La Biblia enseña que todos hemos pecado (Is 53.6; Ro 3.23), y para pagar por nuestro pecado se necesitaba un sacrificio perfecto (Ro 6.23; Dt 17.1). El Salvador, que era plenamente Dios y plenamente hombre, murió para salvarnos. Es el único que podía dar su vida y cerrar la brecha entre la humanidad y el Padre eterno.
No hay manera de ganar la salvación por nuestros propios méritos. Es un regalo maravilloso que Dios nos ofrece gratuitamente. La única condición es recibir a Jesucristo como nuestro Salvador y seguirlo.
BIBLIA EN UN AÑO: JEREMÍAS 51-52