El éxito es a menudo difícil de definir. Lo equiparamos con la fama, el dinero y el poder. Pero si estas fueran las formas más precisas de medirlo, nunca podríamos considerar “exitoso” al apóstol Pablo.
¿Era famoso? Había sido una estrella en ascenso entre los líderes judíos, pero para los creyentes era un infame.
¿Era rico? Como talentoso fabricante de tiendas es probable que estuviera bien económicamente. Sin embargo, cuando Cristo lo llamó a predicar el evangelio, su situación financiera cambió. Vivió el resto de su vida como predicador nómada, sustentando sus viajes misioneros mediante la práctica de su oficio.
¿Era poderoso? A los ojos del mundo, Pablo era solo un predicador extraño. Estuvo entrando y saliendo de prisión, a menudo en desacuerdo con quienes lo rodeaban, y lidiando con una aflicción no especificada (2 Co 12.7).
Con sus propias fuerzas, Pablo era tan débil como cualquier otro hombre. No obstante, tenía acceso al poder más asombroso que el mundo haya conocido: a Jesucristo. Por eso, ante la debilidad, el apóstol podía exclamar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4.13). Y ese mismo poder está disponible para nosotros hoy, así que, sin importar los desafíos que enfrentemos, podemos ser exitosos a la manera de Dios.
BIBLIA EN UN AÑO: 2 CRÓNICAS 21-23