Romanos 6.3-10

El Señor Jesucristo les dijo a sus seguidores que fueran e hicieran discípulos “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28.19). A medida que la iglesia primitiva difundía el mensaje del evangelio, era frecuente que el bautismo siguiera de inmediato a la decisión de poner la fe en Cristo.

El bautismo es una poderosa imagen de la salvación. Este acto no es solo una proclamación de la buena nueva de que el Señor Jesucristo murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó; es también nuestro testimonio de que hemos recibido su poder transformador en nuestra vida.

La palabra griega que se traduce como “bautizar” se usaba para describir una tela sumergida en tinte, indicando un cambio total. Al ser sumergidos en agua, declaramos que morimos a nuestra vieja vida y nos unimos a Cristo: “Somos sepultados con Él” (Ro 6.4). Al salir del agua, afirmamos su resurrección. El bautismo simboliza que, así como Jesús resucitó, también nosotros nacemos de nuevo por el poder del Espíritu Santo.

La fe no debe ocultarse como una luz colocada debajo de un almud (Lc 11.33). Cuando familiares y amigos incrédulos observen nuestra vida, es importante que vean cómo nos ha cambiado el evangelio.

BIBLIA EN UN AÑO: JEREMÍAS 22-24