En el momento de la salvación, el Espíritu Santo vino a habitar en nosotros y nos selló en Cristo. Sin embargo, ser llenos del Espíritu, es decir, ser guiados por Él, requiere nuestra cooperación.
Desde el momento de nuestra salvación, el Espíritu de Dios permanece con nosotros para nunca dejarnos ni abandonarnos (He 13.5). Sin embargo, si no nos sometemos a su autoridad, no experimentaremos todo lo que puede hacer a través de nosotros. Necesitamos su poder para vencer el pecado, ser quienes nos creó para ser y cumplir su llamado. La llenura del Espíritu Santo es su provisión para una vida sobrenatural.
El Señor nos motiva de diversas maneras a desear su plenitud. A veces, siembra en nosotros un anhelo de cercanía, otras veces usa nuestros fracasos y sentimientos de insuficiencia. También puede usar el ejemplo de otros creyentes para despertarnos el deseo de lo que ellos tienen en Él.
El Espíritu Santo promete llenar a todo creyente que esté dispuesto a rendirle cada área de su vida. Este proceso no es instantáneo, sino una liberación gradual del deseo de autogobernarnos. A medida que el Padre celestial le revele áreas que aún controla, rinda esas áreas a Él y permita que el Señor lo llene con su Espíritu.
BIBLIA EN UN AÑO: ISAÍAS 8-10