«¡El mercader de la muerte está muerto!». Este era el título de un obituario que tal vez hizo que Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, corrigiera el curso de su vida. Pero el periódico cometió un error: Alfred estaba bien vivo. El que había muerto era su hermano Ludvig. Cuando Alfred se dio cuenta de que sería recordado por un invento peligroso que se llevó muchas vidas, decidió donar la mayor parte de su abundante riqueza para establecer un premio para los que habían beneficiado a la humanidad. Se lo conoce como el Premio Nobel.
Más de dos mil años antes, otro hombre poderoso tuvo un cambio de corazón. Manasés, rey de Judá, se rebeló contra Dios. Como resultado, lo llevaron cautivo a Babilonia. Pero «en angustias, oró al Señor», y «habiendo orado», Dios «lo restauró a Jerusalén, a su reino» (2 Crónicas 33:12-13). Manasés pasó el resto de su gobierno en paz, sirviendo a Dios y haciendo lo mejor posible para reparar los errores que había cometido.
«Dios se conmovió por su ruego» (v. 13 lbla). Él responde a la humildad. Cuando nos damos cuenta de que debemos modificar nuestra forma de vida y volver a Él, nunca nos rechaza. Nos recibe con su gracia inmerecida y nos renueva con su amor generoso derramado en la cruz. Los nuevos comienzos comienzan con Él.
De: James Banks