Hay tres preguntas que todos debemos enfrentar en algún momento: ¿Quién es el único Dios verdadero? ¿Cómo es Él? ¿Es posible relacionarnos con Él? A lo largo de la historia, innumerables personas han lidiado con estas preguntas.
Veamos el pasaje de hoy. Imagínese entrando a una iglesia un domingo y sentándose frente a una estatua gigante de bronce u oro. Canta algunas canciones, escucha un sermón, da una ofrenda y la deja a los pies de la estatua. Después de más música, termina el servicio y regresa a casa. ¿Qué ganaría con esa adoración? No habría gozo, paz ni seguridad en esta vida o en la venidera, porque se inclinó ante algo sin vida, incapaz de escucharle.
Cuando el apóstol Pablo estuvo en Atenas, le dio respuestas a la gente al predicar acerca del único Dios verdadero. Hoy, como cristianos, debemos hacer lo mismo porque es la voluntad de Dios que cada persona lo conozca (1 Ti 2.3, 4).
Como creyentes, podemos relacionarnos con nuestro Padre celestial por medio de Jesucristo, pero hay innumerables personas en el mundo que nunca han oído hablar del Salvador. No se conforme con vivir su fe en silencio. Por el contrario, encuentre una manera de compartir su paz y su gozo con alguien más.
BIBLIA EN UN AÑO: MATEO 19-21



