«Papá, ¿me traerías un poco de agua?», preguntó mi hija menor. «Claro», respondí, llevándole un vaso lleno. Lo tomó sin decir nada. Luego, mi hija mayor pidió lo mismo. Ella tampoco respondió después de darle el agua. Molesto, exploté: «¿Alguien va a decir “gracias”? ¿Por qué es tan difícil?».
A veces, no hay nada como la frustración parental para abrir la puerta a la obra de Dios. Enseguida, sentí el suave impulso del Espíritu Santo: Sí, Adam, ¿por qué es tan difícil decir «gracias»? Quedé destrozado. Resulta ser que la falta de gratitud no es solo un problema de mis hijos, sino también mío.
No sé por qué decir «gracias» puede ser tan difícil, pero parece ser parte de la condición humana. Sin embargo, los salmos ofrecen un modelo para desarrollar la gratitud. Allí, muchos alaban a Dios en medio de numerosas pruebas. Y la promesa de acciones futuras suele preceder a sus acciones de gracias.
En el Salmo 9:1, David elige deliberadamente ser agradecido: «Daré gracias al Señor con todo mi corazón; todas tus maravillas contaré» (nbla). Tal vez creamos que la gratitud es primeramente un sentimiento, pero David nos recuerda que es también una elección.
Como David, al elegir cultivar el hábito de la gratitud, iremos reconociendo y apreciando la bondad de Dios en cada aspecto de la vida.



