A finales del siglo xix, pocas personas tenían acceso a los grandes bosques de secuoyas en Estados Unidos, y muchos no creían en los informes sobre estos árboles gigantescos. Pero en 1892, cuatro leñadores entraron en el bosque de Big Stump y pasaron trece días talando el grandioso árbol llamado Mark Twain, que tenía 1.341 años, y medía 90 metros de altura y 15 metros de circunferencia. Un observador lo describió como un árbol «de proporciones magníficas; uno de los más perfectos del bosque». Una parte de esta impresionante belleza, ahora destruida, se envió al Museo Americano de Historia Natural, para que todos pudieran ver una secuoya.
Pero la realidad es que no podemos comprobar la verdad solo con nuestros ojos. Hebreos describe la fe como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (11:1). La fe no es ni irracional ni un capricho, porque toda la historia se fundamenta en una persona: Jesús. No se limita a los sentidos y el razonamiento humanos, sino que requiere más: «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (v. 3).
Suele ser difícil confiar en lo que no podemos tocar, ver o entender. Pero nuestra fe en Cristo, por el Espíritu, nos ayuda a creer más de lo que vemos.



