Tomás, de siete años, admiraba los brillantes trofeos de su papá de torneos de atletismo de la escuela que estaban en un estante. Pensó: Quiero uno para mi cuarto. Entonces, preguntó: «Papá, ¿puedo tener uno de tus trofeos?». Sorprendentemente, el hombre respondió: «No, Tomás, son míos. Yo los gané, y tú puedes ganar los tuyos». Entonces, planeó que, si el niño daba una vuelta a la manzana corriendo en determinado tiempo (sabía que su hijo podría hacerlo), le daría un trofeo propio. Con la guía de su papá, Tomás practicó, y una semana después, él lo alentó a que corriera en ese tiempo. Tomás aprendió lecciones de autodisciplina y trabajo duro, y su papá lo felicitó con un premio.
Proverbios 1:8 alienta a los hijos: «Oye […] la instrucción de tu padre». El papá de Tomás también le enseñó sobre correr la carrera de la vida con Jesús y escuchar su guía. Lo instruyó a escoger «justicia, juicio y equidad», tal como aquel padre hizo en Proverbios (v. 3). Las enseñanzas de un padre son valiosas: «adorno de gracia […] a tu cabeza, y collares a tu cuello» (v. 9).
Tal vez no tengas un padre terrenal que te instruya en tu carrera con Cristo, pero Dios puede guiarte a un mentor que te transmita su sabiduría. O quizá Dios te esté llamando a ti a discipular a alguien. Él te guiará al correr la carrera con otros.
De: Anne Cetas