Moisés enfrentó tiempos difíciles. Huyó tras una acusación de asesinato, pasó años en el desierto, lideró una nación quejumbrosa cuya lealtad era volátil, entre otras pruebas más. Hoy exploraremos lo difícil que fue para Moisés enfrentarse cara a cara con un gobernante que lo despreciaba, y cómo logró soportarlo.

Aunque Moisés regresó a Egipto con un llamado claro de Dios (Ex 3.10), enfrentarse a Faraón debió haber sido intimidante. Tuvo que pedir varias veces la liberación de los israelitas. Faraón no se conmovió por las langostas, las úlceras ni el agua convertida en sangre; incluso empeoró la vida del pueblo. Y los israelitas descargaron su ingratitud sobre Moisés, el encargado de liberarlos.

Moisés, sin embargo, siguió regresando al palacio hasta que logró el propósito de Dios: la liberación de los esclavos israelitas. Y mientras lideraba el éxodo de Egipto, “se sostuvo como viendo al Invisible” (He 11.27). Con una montaña de pruebas detrás y aún más por venir, Moisés siguió adelante, consciente de que estaba caminando en la presencia del Señor.

Dios le había prometido estar con él (Ex 3.12). Así que, fijando su enfoque en esa promesa y en Aquel que la hizo, Moisés confió en que, sin importar los desafíos, Dios le daría la victoria.

BIBLIA EN UN AÑO: MATEO 22-24