Piense en la vida de Saulo de Tarso antes de ser conocido como el apóstol Pablo. Perseguía a cualquiera que afirmara seguir al Señor Jesús. Él jugó un papel importante en la violencia indescriptible dirigida a los cristianos y, en sus propias palabras, era el “primero” de los pecadores (1 Ti 1.15). Nada de lo que hizo merecía el amor o el perdón de Dios.
La gracia divina —el favor inmerecido de Dios— llevó al Todopoderoso a extender la mano, perdonar a Saulo y cambiar el rumbo de su vida. Dios lo transformó con amor en un hombre que se dedicó a compartir el mensaje del evangelio. La vida del apóstol ilustra hermosamente el poder de la bondad de Dios.
Por más buenas obras que hagamos, no podemos ganarnos la entrada al cielo. La salvación solo es posible por medio de Jesucristo; Aquel que hizo posible que seamos libres del pecado merece todo el crédito por nuestra redención. Él nos bendice conforme a su bondad, sin importar lo que hayamos hecho.
No hay transgresión demasiado grande que el Señor Jesús no pueda perdonar. No podemos añadir nada a su acto de expiación, que es completamente suficiente; lo único que podemos hacer es recibir este regalo. Si confiamos en Cristo como Salvador, el Padre celestial nos salvará, haciéndonos sus hijos para siempre.
BIBLIA EN UN AÑO: HECHOS 21-22



